domingo, 8 de febrero de 2009

68 - El Zanjón

7:30 de la tarde del sábado, el calor cedía y el sol ya buscaba su lecho de sueño cuando salí raudamente a dar un paseo en el cuatriciclo. Al aproximarme al puente que hay en el zanjón camino a Costa de Reyes, había una persona detenida al lado de un pequeño cuatri, me saludó sonriendo, ahora nos unía la cabalgadura, pensé que recién salía de la enorme zanja, restaba encontrar por donde bajó desde el camino al lecho del cauce seco.

Por una huella muy empinada bajé con cuidado y una vez en el suave fondo de arena, desboqué el cuatriciclo por las serpenteantes barrancas, hasta que el ruido ensordecedor de grandes bandadas de aves me advirtieron de la llegada a la ciudad de los loros.

Cuevas de loros en las barrancas del Zanjón

Todos los “departamentos” que poseen los loros en estas barrancas gredosas, están a la misma altura, seguramente la inteligencia universal de los animales les permitió encontrar el nivel de máxima seguridad para protegerse de los depredadores, a unos 6 metros del fondo del cauce y a unos 2 del suelo con árboles, es difícil acceder a estas cuevas donde pareciera que viven en familia pareja de loros con su descendencia. El rugir del cuatriciclo asusta a muchos de ellos que escapan hacia la copa de los árboles desde donde observan el panorama.

Véase en la imagen la cantidad de huellas de cuatriciclos que recorren este lecho, que cuenta con innumerables bifurcaciones, esa tarde avancé solo 8 kilómetros y di la vuelta, al ir llegando al puente, pasé por debajo del acueducto colgante que regaba la finca de Laluf en la década de los 70’ y que hoy totalmente destruida su estructura metálica, sostiene un grueso tubo de plástico.

Acueducto colgante en el Zanjón

Al llegar al punto donde ingresé, decidí seguir de largo por debajo del puente recordando que el cauce desemboca cerca del río Colorado, a partir de ahí ya no había huellas de cuatriciclos, lo que preanunciaba un camino con posibles sorpresas, unas curvas más adelante siento un fétido olor cadavérico y me encuentro con una gran cantidad de buitres en pleno banquete de un caballo muerto, si bien algunos buitres ignoraron mi paso por el lugar, muchos se echaron a volar.

Buitres en vuelo en el ocaso del día

El cauce seguía ancho pero de pronto comenzó a estrecharse y en sus orillas cada vez había más y más vegetación, cuando ya solo tendría unos 3 metros de ancho, cual sería mi sorpresa cuando me encontré con un cuatriciclo azul que venía de frente, conducido por Amanino, hijo de Rorro nombrado varias veces en este blog, pasamos rozándonos y unos kilómetros más adelante aparecí de pronto en el río Colorado.

Ultima luz en el río Colorado, al fondo el puente.

Y ahora ¿cómo salgo del río? me pregunté ya que a ambos lados, las cortaderas formaban una espesura imposible de atravesar, pero como un premio del destino Amanino dejó las huellas de su cuatriciclo, que me indicaron por donde ingresó en sentido opuesto al trayecto, seguí esas huellas hasta encontrarme con el viejo camino, el que existía antes de la construcción del puente. Ya casi cubierto de arbustos avanzaba velozmente hasta que pasando por detrás de la Montura del Gigante, desde un rancho, apareció una jauría de perros, todos del mismo color marrón claro que se me vinieron al humo, con un poco de susto pegué unas aceleradas para dispersarlos pero uno me seguía a toda velocidad y pese a que le di al acelerador el aliento del perro soplaba mis tobillos hasta que un arbusto que venía me salvó al estrecharme contra él impidiendo que el perro pasara. Con incontenible emoción y tremendas risas en soledad, subí a la ruta para emprender el regreso.

Cuando llegaba a la plaza de Tinogasta, una enorme bandada de pájaros revoloteaba buscando la copa de los árboles.

Pájaros en la plaza de Tinogasta

Cuando llegué a casa miré la hora, eran las 8:30 una hora exacta desde que partiera, mientras lavaba el cuatriciclo que se llenó de greda colorada del río, recordaba pasajes de mi vida en las ciudades donde viví, resultaba tan evidente la ventaja de vivir en un lugar como Tinogasta, que en la mitad del tiempo que emplea una persona en volver a su casa del trabajo, me había permitido a mí, gracias al cuatriciclo tener toda una aventura y hasta fotografiada pese a la escasa luz.

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