sábado, 18 de octubre de 2008

55 - La dama de noche

Cuento

Tras muchas noches de farra continuada, ni la juventud de aquella época alcanzaban para mantener la energía vital a pleno, bailes, serenatas, aquellos tintos de dudosa calidad y tanto trasnochar habían resentido algo mi entusiasmo cuando se presentó un grupo de amigos a invitarme a un festival folclórico en un pueblo, casi una ciudad a unos 200 Km, por amor propio no podía aflojar y poniendo solamente la condición de que tomaríamos un hotel y descansaríamos allí esa noche, acepté y nos fuimos en una vieja camioneta.

Conseguimos un hotel justo frente a la plaza, nos bañamos y salimos a conocer el centro, era de noche y una multitud de gente sobre todo jóvenes daban marco al clima festivo que se vivía. Apenas dimos los primeros pasos uno a uno iban mis compañeros encontrando chicas dispuestas a hacerles compañía en esa bella ciudad. Habiéndome quedado solo, caminaba hacia el centro de la plaza cuando vi que venían tres chicas, una más alta en el medio y dos más bajas y jóvenes a sus lados, entendí que era mi ocasión y cuando me aproximé a ellas les dije:

-¿acaso son las flores más bellas de este jardín?

Las chicas se sonrieron pero pasaba tanta gente que cuando me reubiqué para hablar con la más alta las otras se perdieron en la multitud.

- ¡Qué lindo que es todo por aquí! le dije, lástima que estoy solo....

- Esta noche voy a ser tu compañera .... me dijo esta mujer de piel transparente, ojos verdosos y cabello claro. Era una mujer bella pero había algo en su mirada que le daba un halo misterioso.

- Caminemos, muéstrame tu ciudad.

- No, me contestó, tienes que sacarme de aquí, no quiero que me vean.

-Tengo una camioneta.

-Bueno, vamos en ella contestó, ¿quien será esta chica? me preguntaba, ¿qué puede ser para temer que la vean?.... ¿será una mujer casada?, ¿será una prostituta?. Pero ya había entrado en una vía sin retorno.

Cuando salimos le pedí que me indicara donde ir ya que era la primera vez que estaba allí, me condujo hacia las afueras del pueblo y después de varios kilómetros hizo que saliera de la ruta asfaltada y tomara un camino de tierra que conducía a una montaña, el camino era serpenteado y lleno de vegetación autóctona. Por fin el camino se acabó, nos bajamos y me tomó de la mano,

-Ven, me dijo.

Caminamos por un sendero que bajaba y bajaba, la vegetación era tan espesa que rozaba nuestros cuerpos hasta que por fin llegamos hasta un río de agua clara. La orilla era una verdadera playa y la luz de la luna producía un efecto mágico. Nos miramos de frente y la chica me puso sus manos en mis mejillas y me besó. La abrasé fuertemente mientras el fuego de la pasión devoraba mi corazón , la recosté en la arena y el tiempo se aceleró. La luna cambiaba de horizonte y comencé a sentir que mis fuerzas llegaban a su límite.

Agotadísimo tras tantos días de desvelo le dije que quería volver al pueblo a descansar, me dijo que no lo hiciera.

- Te agradezco tanto esta noche maravillosa e inolvidable pero debo irme, tengo sed y hambre, quiero descansar un rato, tenemos que volver a mi pueblo.

- Te pido que me acompañes porque serán los últimos momentos para mi, yo no volveré contigo a la ciudad. Espérame un momento, ya vuelvo.

Se fue, mientras esperaba inquieto que volviese, a los minutos apareció con una bandeja con dos tazas de mate cocido y tortillas.
- Hay una casa cerca, exclamé, ¿vives por aquí?.

-Toma tranquilo tu té y no preguntes nada.

Tomé el mate cocido, pero de inmediato fui a investigar si había alguna casa en las proximidades, iba de un lado a otro pero no había vestigios de vivienda ni luces en un radio que pudiera haber recorrido la chica. Volví confundido.

Ya estaba clareando el alba y ella estaba sentada sobre una piedra:

- No busques lo que no existe, acércate a mí y bésame por última vez.

- Pero ¿que pasa?, ¿por qué no quieres volver a la ciudad? ¿te he hecho algún daño?

-No, soy una dama de noche y se acaba mi tiempo.

Caminó hacia el río pero no se hundía en el agua, se alejaba lentamente pero la luz del amanecer la desvaneció.

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