domingo, 5 de octubre de 2008

52 - La cruz de hierro

Cuento


Hacía años que no salía del pueblo, por fin pude comprar una auto usado, parecía estar en buen estado. Un día decidimos con mi esposa emprender el primer viaje, me enteré que ya habían habilitado un nuevo camino asfaltado y que ya no pasaríamos por unas curvas muy estrechas que tenía el viejo camino de tierra.

Una mañana por fin partimos, en poco tiempo llegamos a una larga recta del camino nuevo, daba gusto viajar por allí, bien señalizado, las banquinas limpias, pero sobre todo sentíamos la satisfacción de poder tomar unos días de descanso después de un largo período de trabajo continuado. No bien percibimos la caricia fugaz de la felicidad, el auto comenzó a fallar, se paraba el motor, después andaba un corto trecho y se volvía a parar hasta que con el último impulso lo detuve en la banquina.

Pensé en una basurita en el carburador, levanté el capot y con un elemental truco de mecánica básica crucé dos cables de bujías de tal forma de producir una explosión en el cilindro a media admisión. Le di arranque unos segundos y volví a poner bien los cables, había expulsado la basura, en eso miré hacia un costado y vi que cerca del alambrado del camino había una cruz de hierro, me acerqué para ver si decía de quien era ya que es costumbre en la zona poner cruces donde se producen accidentes fatales y el camino era demasiado nuevo para que se hubiera cobrado ya alguna víctima. Había algunas flores pero ninguna inscripción.

Seguimos, tiempo después decidimos hacer un segundo viaje, hice afinar el auto previamente, pero como una broma del destino, más o menos en la misma parte, el auto comenzó a fallar y tuve que detenerlo en la banquina, repetí la operación con los cables y al cerrar el capot miré con sorpresa que había quedado nuevamente justo frente a la cruz de hierro, me acerqué a ella y ahora tenía muchas más flores y algunas ofrendas. La miré atentamente y un recuerdo fatídico cruzó por mi mente.

En una época de locura e irresponsabilidad juvenil, volvía de noche de una ciudad con varios amigos, una larga recta en bajada hizo que alcanzáramos gran velocidad cuando una brutal explosión sacudió el auto, descartamos un reventón de un neumático por cuanto no perdimos estabilidad. Cuando comprobamos que era un resorte de torsión del baúl que había golpeado la luneta trasera nos tranquilizamos y seguimos, no sin antes atenuar el susto con unos buenos tragos de wisky, alegres llegamos a un pueblo y vimos en un restauran, el camión de Magín, hombre trabajador pero supersticioso que se dirigía a nuestro pueblo, azuzado por el duende travieso del alcohol, alguien propuso jugarle una broma pesada: como en una parte del camino de tierra de entonces había un fuerte estrechamiento, donde solo podía pasar un vehículo por vez, pondríamos una cruz en el medio y borraríamos con pichanas las huellas de nuestro auto.

Para consumar la broma era necesario conseguir una cruz, fuimos al cementerio, como nadie se animaba a entrar, salté la tapia y en medio de la oscuridad alcancé a tocar una cruz de hierro, la moví hasta arrancarla, la puse en el baúl y seguimos viaje, la colocamos en medio del estrechamiento apoyada con piedras y borramos las huellas. Llegamos al pueblo y nos quedamos esperando a que llegara Magín para saber si la broma dio resultado, pasaban las horas y no llegaron ni él ni ningún otro viajero, nos fuimos a dormir sin saber que aquella noche gentes detenidas tras las cruz junto con Magín, formaron una almita al lado del camino.

Mientras continuábamos viaje, le conté a mi esposa sobre este recuerdo borrascoso que irrumpió en mi mente, me preguntaba con insistencia si esa cruz era la misma de la anécdota, pero no supe asegurárselo con certeza. En todo caso alguien tuvo que cambiarla desde su antigua ubicación en el viejo camino al nuevo. Un tiempo después me volvió a pasar lo mismo, se repitió por años, solo una persona tan incrédula como yo, pudo soportar un hecho tan sugestivo y reiterado sin reaccionar. Siempre, siempre me quedaba frente a la cruz hasta que un día al detenerse el vehículo me bajé, me dirigí hasta ella y dije:

Señor, le pido perdón, me arrepiento profundamente de haber profanado su tumba, se que usted me está dando un mensaje que me negaba a entender. Se lo agradezco, será una gran lección para mí, que descanse en paz....

Dejé atrás la fina membrana que separa nuestros mundos y seguí mi camino, nunca más se detuvo mi vehículo y cuando paso por ese lugar, agradecido elevo una plegaria a los cielos por el eterno descanso de aquella alma bondadosa.

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